Se me aparece en el recuerdo como una especie de mezcla entre Chesterton y Charles Laughton, pero en más guapo. Corpulento, vestido con ropa de marca muy veraniega, el vello cano en los brazos morenos y fuertes, impecablemente afeitado, oliendo a loción cara, de tres cifras, rolex de titanio en la muñeca, casi siempre acompañado de su mujer, de la que no recuerdo el nombre, pero sí que más que alcohólica era directamente cirrótica, por eso que irónicamente puede llamarse justicia poética, o exacto contrapunto huxleyano: una especie de espantapájaros caquéxico al que el aliento le apestaba a alcohol incluso desde antes de levantarse, y que picaba entre bebidas, como quien dice. Podía permitírselo: su marido, este gentleman inglés, era uno de los reyes de la comida congelada en su país. No menos de siete Visas Platino, American Express, Mastercards Oro, etc, adornaban coloridamente su billetera, siempre reventona de billetes. Se llamaba Dennis. Un conocido mío tenía la vaga idea de que aquel paquidermo canoso y dicharachero –todo lo dicharachero que puede ser un inglés de los Midlands- estaba interesado en invertir en negocios en España; concretamente, montándole a él un restaurante para que se lo llevara, y así poder mandar a la mierda al jefe para el que trabajaba, en un puerto muy conocido de Baleares, y en cuyo restaurante conoció por casualidad a nuestro gentleman. Este humilde cronista fue invitado a su mesa por sus conocimientos de inglés, que sorprendieron mucho a aquel lector contumaz de su paisano Shakespeare, a quien no conocía ni de oídas en la escuela. Su expresión era de una como ironía hierática; era sardónico, certero, directo. Contra un fondo de yates fondeados más allá de las mesas, del paseo marítimo y de las brigadas de borregos de bermudas y gorrita preceptivas en cualquier puerto mediterráneo, era de ver a aquel probo ciudadano británico comiendo dorada a la sal a dos carrillos mientras su pobre mujer daba buena cuenta de las reservas de vino blanco de la casa, que mi conocido iba extrayendo concienzudamente de varios tetrabriks y enfriando, ya embotellado, en las cámaras frigoríficas de la cocina. “This is an excellent wine”, decía la desgraciada, a quien no era difícil adivinarle el porqué de su alcoholismo inveterado.
Por contemporizar, por echar una mano a mi conocido, me tragué varios exabruptos, es decir, opiniones sinceras sobre aquel sujeto. Ahí quedó casi todo. Uno de tantos, ininteresante, que no paraba de alabar las virtudes del trabajo duro –sus manos desmentían taxativamente tal aserto, dado su buen estado-, de la constancia, el ahorro, la diligencia, la sagacidad y la honradez. Pero lo mejor vino varios días después, cuando me lo crucé en el puerto de Es Castell; paseaba solo y se lo veía un punto sombrío. Educadamente le pregunté por su mujer; educadamente me contestó que no se encontraba muy bien; educadamente me invitó a “unas tapas”, y educadamente acepté, entre otras cosas porque tenía hambre y poco dinero, aunque no me apetecía en absoluto la trivialidad revestida de falsa seriedad que su conversación prometía. Atardecía sobre la cala cuando nos sentamos en un restaurante y las tapas acabaron por convertirse en una suculenta cena a base de langosta, jamón y blanco de Rueda. Y casi llegó a caerme simpático cuando le pregunté, como quien no quiere la cosa, cuál era su ideología política. Le atizó un trago a su whisky –estábamos ya en los postres-, y dijo, casi sonrojándose:
-Yo soy del partido que me dé de comer.
Y me acordé entonces de los idealistas de la política, que ya casi no abundan en España, de la frase de que en todas partes cuecen beans, y de la puta madre de la langosta, una de cuyas pinzas casi me parte un diente al intentar romperla, dejándome una esquirla dolorosamente clavada en un rincón inaccesible de mis encías. “Esto te pasa por sentarte a comer con un pragmático”, creo que pensé.
Creo que no me he reído más en mi vida. Excelente relato, con un punto de acidez que no me provocará una mala digestión. La prosa magnífica, con muy buenas metáforas.
ResponderEliminarDe verdad, me ha encantado. Mis felicitaciones, Miguel Ángel.
No tengo ni ídea si lo que escribes parte de algún punto de la imaginación o es real el relato, la verdad es que me encanta leerte, tus escritos tienen una gran chispa intelectual y al mismo tiempo de esta España tan nuestra.
ResponderEliminar¡ En fin que te quiten lo bailao con la langosta !. Gracias, he pasado un rato muy agradable, me gusta leerte con tiempo.
Un saludo