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lunes, 24 de mayo de 2010

DE MAÎTRES IBICENCOS Y OTRAS ESPECIES MORISCAS

Normalmente suele uno encontrarse a estos especímenes algo cabizbajos, casi menguados, entre la general algarabía de los bares del pueblo, apurando un resto de cerveza calentorra o un cubata furtivo, del mismo calibre de los que se bebían con quince años, que probablemente no hayan podido pagarse siquiera, aunque nunca se sabe y en todo hay excepciones y en algunos sitios se cuecen más habas que en otros. O a la sombra prácticamente inexistente del parque, solitarios, ensimismados, contemplando con nostalgia las botellas vacías en las papeleras, fumando el penúltimo cigarrillo antes de volver a una casa inhóspita donde aguarda, con suerte, una improbable mujer o unos hijos que contribuyen a la ruina familiar con su particular ruina de licenciados sin trabajo u obreros víctimas de la crisis en la que nos han metido los siete magníficos hijos de puta de siempre, sean de Moncloa, la Casa Blanca o la Banca Morgan. Son los grandes nostálgicos de épocas que nunca existieron, aquellos gloriosos días en que eran emigrantes en Ibiza y tenían el sagrado privilegio de atender, en calidad de camareros o cocineros, a bellas extranjeras de piernas tostadas y delicuescentes y a poderosos ricachones con reloj suizo de oro en la muñeca y yate abarloado en el muelle; aquellas gloriosas temporadas en que sudaban la gota gorda, anónimos y malolientes entre las blancas multitudes abigarradas de la isla ibicenca, apurando cervezas que casi no podían permitirse en los bares de moda, hediendo a sudor de cocinas y brillantina apresurada frente a un espejo de cuarto de personal, antes de recoger los bártulos, incluyendo a la mujer y los niños pequeños, y volver a la sagrada miseria familiar del pueblo, que en este caso es La Puebla de Cazalla, provincia de Sevilla. Son los reyes apócrifos de la caldereta de langosta que se zumban, en realidad, los políticos, y que ellos rara vez tuvieron la suerte de catar: tal vez los que acabaron dedicándose al tráfico de drogas sí, pero no el común de ellos, el que te larga, en la barra del bar de la esquina pululante de moscas –empieza el verano andaluz de cinco meses y medio que a este humilde cronista toca tanto los cojones- o a la sombra propicia de una palmera raquítica, cerveza o porro en mano, que en realidad ha sido maître durante muchos años. Nadie ha sido camarero, freganchín, albañil o pescador en Ibiza de entre todos los emigrantes de la Puebla de Cazalla. Todos han sido maîtres. Nadie ha sido puta antes que fraile recluido en las listas del paro. Tal vez deberían cobrar, aventuro humildemente, un subsidio de la Junta por dar constructivas charlas a los chavales que van al parque a escuchar música a todo trapo mientras se ponen ciegos de alcohol barato sobre la magnificencia de un puesto de trabajo en Baleares. O ir a ver al alcalde y a sus concejales y ofrecerles sesudas conferencias, que podrían ser retransmitidas en directo por la televisión local, sobre la ética laboral, honestidad en el trabajo y amplia experiencia, en seis idiomas, del tito Curro, que ahora no encuentra quien le dé chamba ni recogiendo ajos y al que ya no le fían en el bar. Que para algo son maestros. Digo yo.

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