Las gaviotas entienden mucho de barcos
y desperdicios,
como el respetable ciudadano de grandes almacenes
donde quemar sus sueños con tarjeta,
como el desposeído de cubos de basura
y cajeros automáticos propicios
mientras nieva sobre los tejados
de la buena gente que duerme o rumia sus cuitas
con la calefacción a tope.
Los poetas escriben sobre la inmisericordia de los espejos
y la trascendencia metafísica del ombligo.
Este Dublín infame del insomnio
velado por la Garda,
esta noche sin fin de hospitales y llovizna
y petaca en el bolsillo
y hambre y desconsuelo, este Dublín
de noches cerradas con apóstrofes de niebla
y parques tenebrosos tras las verjas de hierro
y nadie
donde chillan las gaviotas y el tiempo se detiene en cada bostezo
y la sangre que corre por las venas
es un rumor de sombras sin propósito.
Ni el recuerdo de tus manos me calienta.
Grafton Street es un desierto helado
de pubs cerrados y navajeros en cada esquina
que ofrecen cigarrillos
a la luz temulenta de farolas solitarias.
No hay esperanza, baldosa tras baldosa,
no hay esperanza ni refugio,
la noche es un folio en blanco quemado por la lluvia
mientras las gaviotas, que entienden mucho
de barcos
aguardan que amanezca entre las grúas del puerto
y el cadáver de una mujer flota Liffey abajo.
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