Youth is not a time of life; it is a state of mind.
SAMUEL ULLMAN
Inconscientes y osados -el tema es ya muy viejo-,
a la sombra granate de los barrios antiguos,
de vinos por el dédalo ruinoso
de un Albaicín con niebla,
compartiendo la gloria inexistente
de un futuro afilado que despedazaría
a algunos de nosotros. Como supervivientes
de la noche sin fin de la alegría,
de neones, mujeres y garitos y copas
y nieve compartida en los retretes sucios
de la trastienda de la juventud,
ahítos de mujeres -y hombres- deslumbrantes
que ofrecían su sexo a los poetas
después del recital.
Algunos se volvieron comunistas
en época de visas e hipotecas,
polemistas con boina que afeaban
lo que alguno llamó anhelos de pureza.
Sólo fue puro Stalin, nos escupió Neruda,
mientras el aguanieve mancillaba
la soledad de asfaltos y paredes
con mil manchas de orín entre toscos graffittis.
Cuando era la Alpujarra el paraíso,
el santuario de nieblas y fulgores
donde me amó una virgen pueblerina
morena como el trigo al sol de agosto,
ojos como diamantes de tiniebla,
donde escribí canciones que cantaron
los amigos de siempre, los cabales,
ahora perdidos en sus matrimonios,
con hijos, coche, valium y oficina
y nostalgia feroz por los tiempos pasados
más allá de todas las carreteras
y peajes de sangre. La Alpujarra
y su delirio de paredes blancas,
de tinaos, chimeneas, bosque y nieve
pura como el olvido; tan suprema,
en palabras de Espriu. Las hogueras
donde nos calentábamos el alma,
la sonrisa, las manos,
conspirativos, lúcidos, rebeldes,
hogueras hoy ceniza en la memoria,
ceniza en unos versos que sólo yo recuerdo,
metáfora impagable entre tanta derrota,
sendero en la penumbra de esta soledad vieja.
Fuentes de Lanjarón, torres de iglesia
de Órgiva, senderos de Bubión,
bares de Capileira, aguas del Guadalfeo
bajo álamos temblones, pura lumbre
de hojas caídas en aceras donde
el amor se atrevió a quemar la nieve
y las lágrimas -secreta agua bendita-
rociaron el césped umbrío de los parques.
Resonaban guitarras en las noches de humo,
transportados de "lirios", comulgando
con cerveza muy fría, plata insomne
la noche desprendida de los altos tejados
donde las golondrinas de Bécquer anidaban
sobre alfombras de musgos y hierbajos.
Qué lejos la ignominia del mercado
laboral, el pan tan malamente
ganado a costa de la cotidiana
humillación, los amores perdidos
porque nunca existieron para nadie,
los aires de oficina, barra y obra, necedades
autoimpuestas al cabo por mor del vil metal.
Teníamos el oro de aquella libertad,
teníamos el cielo cómplice y tan cercano,
la ciudad amistosa, los libros de la arena
de las playas, el mar inabarcable
bajo la plenitud ardiente de la aurora,
la caricia furtiva y fugitiva
de chavalas aún sin marcas de agua
como sucios billetes en manos de tendero.
Ebrios de vida y obras inconclusas,
irónicos, de vuelta de un infierno
que aún no conocíamos, deslumbrados
por farolas, neones, cabelleras,
perfumes y sonrisas tan puras como el alba,
sin sospechar siquiera que algún día
la espada de las horas
cortaría de un tajo las amarras
y perderíamos brújulas, sombreros y canciones.
Puta mediana edad. Triste sonata.
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