Por la orilla del río veo pasar cadáveres,
ideología, basura y sueños rotos,
mientras en las alturas el crepúsculo
llora sangre luminosa, añiles y marengos
sobre un fondo de olmos y cipreses.
Ya no hay nada que hacer. Las cartas son muy malas,
no hay piedad en los ojos que parpadean entre el humo
de esta sucia trastienda. Relumbran los vasos
de whisky turbio como la conciencia
de los querubines.
Por la orilla del río veo pasar cortejos,
oigo las letanías entre álamos desnudos,
contemplo grandes coches funerarios
espléndidos, potentes como el futuro.
Una legión de ratas se frota las patitas
bajo el puente de entrada a las cloacas,
va a haber fiesta y estamos invitados.
Todos. Sin pasaportes ni medallas.
La canción del profeta se canta en las esquinas
donde los vendedores de cupones
tiritan sin tabaco.
Las novias se destrozan las uñas a mordiscos
en las sacristías de las iglesias,
borrachas de martini enlagrimado.
Los periodistas minian su prosa apesebrada
y los poetas compran vaselina por trailers
esperando la gloria. Delicioso.
La esperanza es una meretriz sin medias
infectada del virus posmoderno
de la "CORRECSIÓN POLÍTICA".
Es lo que está de moda, tú hazme caso:
cantemos a las flores del Parnaso.
No hay nada que no cure el BancoEspaña
y una legión de lectores con embudo
que aplaudan con tus babas laureadas
(siempre que no les cantes con las tripas,
ya que el mundo es perfeto y la humanidad güena en generás).
Va a haber cocktail, y estamos todos invitados.
Todos. Si pasaportes ni medallas
Que pasen los cortejos funerales.
Ya extienden el mantel bajo el puente las ratas.
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