miércoles, 6 de abril de 2011
DENUNCIE USTED
Sea solidario con el Estado, pobrecito, que no solo vela por nuestros intereses sino que va a acabar teniendo vela en todos los entierros: denuncie usted anónimamente a su vecino si lo ve fumando en zona no autorizada o arrojando colillas al suelo. Qué prestancia soviética o filonazi de leyes antitabaco, promulgadas precisamente en unos momentos históricos en que la crisis económica plantea enfrentarse a problemas bastante más urgentes que la demonización de los fumadores. El grado de soplapollez, dicho con todas sus letras, de esta leguleya, fascistoide, atrabiliaria movida es casi el remate perfecto de la gestión babosamente paternalista y fascistoide de un gobierno evidentemente ineficaz. A los más de cuatro millones de parados que navegan entre la cotidiana zozobra y la ubicua desesperanza cotidiana por las calles españolas, sólo les faltaba que les prohíban fumar mientras apuran su café con leche o se dan coraje para afrontar la miseria cotidiana con una copita de aguardiente en su bar de toda la vida. O que los denuncie la vecina por aplastar una colilla bajo su balcón. Hasta los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado debieran protestar por semejante grado de regresión, en el aspecto nicotínico, a la más negra, pútrida, esperpéntica España de hace unas décadas. Claro que no lo harán: al fin y al cabo seguirán cobrando sus nóminas gracias, en buena parte, al dinero que el Estado recauda gracias al irredento empeño consumidor de los fumadores de pro, que se dejan la pasta alegremente a pesar de la prohibición. Lo de seguir trincando a cuenta del ciudadano –que no es lo mismo que trincar al ciudadano- nunca será susceptible de ser prohibido, quod decet. Así nos luce el pelo. Los pulmones son un asunto estrictamente privado. Y que luego no nos venga la Ministra de Sanidad hablando de gastos de tratamiento. ¿Le ha preguntado alguien a ella cuál es su presupuesto mensual en cremas de maquillaje o gambas a la plancha o modelitos de Versace? Venga ya, coño. Van a venir a robar a la cárcel, a estas alturas.
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