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viernes, 17 de diciembre de 2010

MIERDA

No soy analista político porque no necesito pasarme la vida viendo sesiones en el Congreso, almorzando con criminales de foto y rueda de prensa, o tertulianizando en directo por televisión para comprobar la textura, la solidez o licuefacción, versatilidad y omnipresencia de la mierda que nos rodea. (Probablemente me echarían a patadas después de mi primera intervención). O para comprobar el pestazo que nos envuelve a todos a pesar de la sobreabundancia de perfumes de marca que utilizan estos señoras y señores –seamos políticamente correctos- para disfrazar el tufo nauseabundo que desprenden. Ellos y la realidad. La política no es más que un largo hastío salpicado de sonrisas de circunstancias, cuando no de sangre; los matices los añade la nacionalidad de las soplapolleces que uno oye. Bastan unos minutos ante el televisor. El arte de no decir nada, de no hacer nada. Y sobre todo, de saber que nada es factible aparte de dejar que el horror florezca por omisión. Es un derrotismo de largo aliento con sonrisas postizas en el que a los bienintencionados y a los novatos se los zampan en menos tiempo del que tarda una puta experta en calibrar las posibilidades del bolsillo de un posible cliente. Los políticos nuevecitos son como aquella gente que se lanzó a las calles de París en el 68, pero con la sabiduría anticipada de que el pantano acabará por tragárselos con la impiedad del sol en verano en un pueblo sin agua. (Y lo del pueblo sin agua acabará por ser una realidad tangible –y literal- dentro de muy pocos años). Se pasea uno por los acantilados con la libertad suprema de olvidarse de todo contemplando la lámina rizada de las aguas, la espuma en las rocas, las extensiones de arbustos espinosos y árboles a los que décadas de exposición al viento ha acabado haciendo crecer torcidos –qué paralelismo con algunos prohombres-, y trata de olvidarse de todo eso que sabe no obstante materia feraz para escribir, mina inagotable de posibilidades de esperpento, y le da gracias a los dioses porque exista más mierda además de la que uno caga en filosófico aislamiento tras la puerta del water. Porque es que basta con oír y ver lo que la gente dice y hace para comprobar a qué niveles ha llegado la cosa, sobre todo cuando uno entra en un bar o en unos almacenes de Cáritas o ve a la policía desalojando mendigos de ciertas calles de ciertas ciudades. España, como siempre, va tan bien que vamos a tener que emigrar a Inglaterra. Total, vamos a estar igual. Con los criminales jodiendo la marrana, sin jamón y sin euros.

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