La noche es larga como la lágrima
de una virgen en sombras
desflorada por un cirio pascual,
como un eco de espumas en la brisa
lejos de las sendas rotas
del amanecer,
donde ya no hay consuelo;
de las campanas y su bilis
retestinada,
de las misas a muerto
en cien idiomas.
La noche es como un libro vomitado
mientras se calla Mozart, ronca Cohen
y vienen de rondalla los demonios.
La noche es ese beso que no llega
en las playas lustrales del insomnio,
a orillas de botellas destrozadas.
Una huella de niebla entre la niebla.
Un adverbio que nombra adjetivando.
La noche es una puta enamorada
de su propio reflejo
mientras cuenta billetes arrugados.
Como un poeta sobrio
al que se le han borrado los poemas
bajo el ceño
de gárgolas
de niebla,
esperanza de perro apaleado
que rebusca su infancia en la basura,
en palabras que no contienen nada,
en esta nada que contiene todo.
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