I wanna get drunk till I´m off my mind
JOHN LEE HOOKER
Bebo, en primer lugar,
porque me da la gana,
porque el futuro viene como una blanda tormenta
de hastío anticipado
en un mundo con menos luces que la tonta de la esquina,
bebo porque el hígado aún no me duele lo suficiente
para claudicar
y perderme en la inane rutina de cafés descafeinados,
licores sin alcohol
y días sin sal
que el común de los mortales llama existencia.
Bebo porque tengo demasiadas neuronas con aristas
pequeños microscópicos cristales de hielo
lúcido aquí dentro,
en esa oscuridad relampagueante de la que algunas mujeres
se enamoran
y que otras desprecian. Bebo
en honor de los que las ven venir
desde muy lejos, sin piedad, sin honor, sin alma
y con hipoteca a cien años,
bebo para adornar la soledad
con vicarios arrebatos de ternura,
bebo como un poseso o un desposeído, bebo
como un imbécil
que no sabe todavía por qué le brotan poemas
de la niebla itinerante que es su alma,
y, porque como dice un viejo blues
me gusta gastar más dinero que un millonario
siendo como soy lo que los entendidos/desentendidos
llaman
una rata letrada con cultura y supuesto
buen corazón, un Robin Hood
de la literatura. No lo sé.
Mis mujeres se asustan a partir del quinto whisky,
y hasta la realidad más sórdida distrae
algún rastro de bondad
cuando bebo. Bebo
por no ver las noticias, por no releer
el Ulises de Joyce
por sexta vez para morirme de envidia, bebo
por no matar
a tanto tocapelotas
y para adquirir la presencia de ánimo que facilita
que el cenutrio al que oigo decir
que la poesía es una mariconada
siga vivo
para poder seguir vomitando sus gilipolleces
ante auditorios propicios. Soy un hombre piadoso.
Bebo porque se me incendian los otoños,
porque noviembre es largo,
porque ciertas mujeres se me aparecen como obras maestras
dentro de la inanidad imperante
y las palabras exactas para bajarles las bragas
-llamadme romántico-
florecen con más facilidad
cuando rugen las hogueras del vino
o fluyen los ríos de whiskey a los que cantaban The Pogues.
Bebo porque me siento acompañado
por Faulkner, Quevedo, Shakespeare, Mozart, Corelli,
Charlie Parker
mi tío Ángel Luis
y toda la bendita nómina de muertos y vivos
con la que transito
por las calles sin alma de la vida.
Bebo porque me sale de la bendita punta de la polla,
porque he dormido en la calle en Roma,
en Londres, en Galway, en Sevilla, en Lanzarote
y un trago ayudaba a no cortarle el cuello
al primer topo autosatisfecho que pasara por allí.
Bebo porque conozco
muy pocas alegrías
y a demasiadas putas
y porque la Biblia puede estar en una canción
de John Lee Hooker, bebo
porque las guitarras de Córdoba
y el whistle de las Islas Aran
suenan mejor, exprimen el corazón
como una esponja de sombras
y a veces saco lo mejor de mí
y las páginas salen solas, aunque aún no alcance
a comprender
por qué escribo. Será que no sirvo
para otra cosa. Y ya que gano
poco dinero
con esto del mester de juglaría
por lo menos -a veces- me harto de follar. Es,
sin duda,
uno de los grandes misterios del Universo.
Bebo por cada cana de mi barba
y por los campos nevados que me acecharán
cualquier día,
sin la dulzura de una piel
o de una página
donde refugiarme.
Anda, bonita, invítame a una copa.
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