Noches, noches, noches largas
como un solo de violín
rebuscando algunos versos
en las páginas amargas
de Paul Durcan, Swift o Yeats,
noches de fría llovizna,
borracheras de Dublín,
callejeando por Galway
sin tener donde dormir.
Noches de Irlanda profunda,
so far from Spain, al fin,
inanidad discursiva
con cara de perro verde
o pelos de puercoespín,
errando tambaleante
junto a las verjas cerradas
de Fairwiew o Stephen´s Green,
el alma carbonizada
y la garganta arrasada
de tonic con mucho gin.
Ripios secos de la ausencia,
vaciedad del porvenir,
soledad del Liffey oscuro,
Phoenix Park o Dame Street,
las agujas de la lluvia,
ríos de whisky sin fin,
Cork: un sudario de niebla,
y en el puerto de Dublín
y quejido de sirenas,
un sollozo grave y largo
como un solo de violín.
¿Será el oro de los elfos
lo que hay en mi corazón?
¿O es un mar aborrascado
bramando en mis interiores
su fría desolación
de escolleras desgastadas
y playas sin otro dios
que el viento y sus mil idiomas
de Belfast a Waterford,
ribeteadas de bosques
con su río y su canción?
Acantilados de Moher,
campos de cereal de Athlone,
musical fronda de Kerry,
el río Shannon, un turbión
de plata oscura entre hayas,
abetos, robles en flor;
llevo siete mil postales
dentro de mi corazón,
pero no tengo tus manos,
ni me acompaña tu voz.
Ahora Irlanda queda lejos,
con su tembloroso sol,
con sus dulces aguaceros,
sus músicos callejeros
y algo de mi sinrazón;
arpas de viento me llevo
que acompañen con su llanto
los versos de esta canción;
mujeres hechas de lluvia
sean custodias de esta flor.
la roja rosa de Eire
que hoy arde en mi corazón.
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