Pero ellos y yo sabemos
que el cielo tiene el color de la infancia muerta.
-ALEJANDRA PIZARNIK-
Paralizado.
Con los ojos hinchados como el vientre
de una muerta embarazada
mientras afuera la lluvia cae y se arremolina
y golpea los cristales
como las letanías del fracaso.
Paralizado mientras las manos tiemblan
hasta el punto de no poder asir
el bolígrafo, el dolor es
lento como ginebra destilada
gota a gota,
la locura acecha como una sonrisa
y el cielo es el osario gris
de todos los porqués, de todos los cuándos,
de todos los cómos.
Paralizado
al borde de la página
y su blancura burlona
a las ocho de la mañana, el asco
como un lago inundado de peces muertos.
La vida es un quedarse sin tabaco,
una mujer que no llama
porque anda chupando pollas
las sórdidas sombras de algún club,
la sierra oxidada del ladrido de los perros
trizándote los nervios
cuando estás débil hasta para mirarte al espejo,
el coraje que falla a la hora de las hogueras,
una biblioteca cerrada por reformas.
Paralizado en una agonía de ropas
semimugrientas, en un desfile
de sonetos absurdos, en el dejá vu
del mañana. Y a esto hay
cretinos
que lo llaman romanticismo, o
malditismo. Mierda.
(Cómo no comprender a Roger Wolfe
cuando estrella botellas de cerveza
contra las paredes)
La niebla cubriendo el secarral
campos que rodean
este pueblo de locos, metáfora o resumen
de España.
(Tenía razón Luis Cernuda.
Tenía razón Lorca. Y Luis Rosales también.
Dylan Thomas era un profeta.
Scott Fitgerald hubiera suscrito
punto por punto
que el asco es una laguna inundada de peces muertos
y el cielo el osario de todos
los porqués, de todos los cómos,
de todos los cuándos.
Leopoldo Mª Panero aullando en una
calle solitaria bajo farolas de luz pálida, soñando con
infinitas cocacolas,
José Hierro ciego de anís,
tosiendo, fumando, tosiendo.
Quevedo irreverente y lameculos.
Borges y sus matemáticas del delirio.
Todo ya por escrito, pero el miedo es
el tuyo,
la soledad la tuya, el asco el tuyo,
la lluvia en las ventanas
con su legado de diamantes muertos,
las campanas lejanas del pasado,
la hiedra de la infancia
y los gusanos de la adolescencia.
Desvaríos, dicen los críticos
abonados por el estiércol y con el culo en pompa.
Pero qué cojones me importan a mí
los críticos.
Qué cojones me importa a mí nada
en un momento dado,
salvo la luz milagrosa de unos ojos negros
o una cabellera rubia como el trigo de Kent
o la pedrería inenarrable
de los ojos azulverdosos de esa musa
a la que hoy se folla cualquiera
a cambio de unos mendrugos
de tranquilidad.
La vida es un quedarse sin tabaco,
no saber qué hacer cuando la fatiga
venza a esta mano que escribe
sin rumbo entre la niebla,
el coraje que falla a la hora de incendiarlo todo.
La vida son esputos de ginebra barata
en el rostro
de una esperanza
hace tiempo vendida en almoneda.
Paralizado.
Como un loco en batín
jugando a demiurgo desde hace años.
Pero eso es lo que eres.
Lo que no eres es aún peor,
peor que peces pudriéndose en un lago
bajo la niebla
o la ginebra sorda de la lluvia
golpeando las ventanas,
erosionando las torres de pasado,
deshojando las rosas de la infancia,
desventrando con sus lentos cuchillos
aquella luz lejana de unos ojos
mientras el viento aúlla entre árboles quemados
y alguien corta la calle
para que puedan circular
las procesiones.
Paralizado.
El subconsciente excretando diarrea.
(Y ginebra escupida
contra el rostro venal de la esperanza)
Écija, marzo de 2007
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