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lunes, 4 de abril de 2011

BEST SELLERS Y LITERATURA Y MI AMIGO MANOLO

"Basura." "Pienso surtido." "Forraje para gente que carece de capacidad crítica y encima le sigue el juego a las grandes multinacionales de mercachifles que engloban a sus editoriales en lo que llaman "división de ocio y entretenimiento". Eso es lo que opino sobre los best-sellers.", gruñe mi amigo Manolo, que es un poco misántropo, un punto snob en asuntos culturales y profesor de Literatura en cierta Facultad, mientras sacamos a pasear a su collie escocés, Pascal, por un parque con nombre de poeta asesinado por los fascistas a comienzos de la guerra civil y en cuyo nombre su familia lleva años forrándose a costa de derechos de autor, ediciones conmemorativas y traducciones y montajes de sus obras de teatro. O sea, Lorca, best-seller póstumo, como mandan ciertos cánones no escritos de la literatura en esta España de vocación cainita.

Y le digo que no sea tan radical, que no es para tanto. Que no todo el mundo tiene la capacidad de engolfarse en las obras completas de Plauto mientras se endiña un Tullamore Dew junto al fuego de la chimenea o se corre leyendo los Ensayos de Montaigne o los infinitos meandros yuxtapuestos de la prosa de Proust, mayormente porque pocos tienen chimenea en su piso de treinta metros cuadrados del castizo Lavapiés, rompeolas (y rompelolas) de todas las Españas, Rumanías, Áfricas, Rusias, Ecuadores y lo que usted quiera añadir, y la peña está que arde cuando no está hecha cenizas, y desgraciadamente no todo el mundo tiene acceso a una cultura humanista al viejo estilo, aunque exista Internet, y el simple hecho de que existan lectores es una pequeña epifanía, y el best-seller, aunque sea la punta del iceberg cultural de intereses económicos mucho más turbios, es un producto básicamente democrático, en el buen sentido de esta palabra prostituida hasta convertirla, como se ha convertido, en el Coño de la Bernarda, en el saco sin fondo donde caben las mayores y más sangrantes e ignominiosas atrocidades. No hay que olvidar que hace unos cincuenta años, en este país de todos los demonios, que decía Gil de Biedma -las ventas de cuyos libros son ahora mayores que en vida del autor-, había señoritos y caciques que literalmente se follaban al obrero al que pillaban leyendo un libro, aunque fuera una novela del Padre Coloma, que la cultura en general estaba muy mal vista -y hay sitios y gente que continúa en esta gloriosa tradición; cuántas veces no me habrán acusado de maricón por escribir poesía (no se molesten los homosexuales en recordarme la incorrección política; tengo amigos maricones a pares y jamás se han molestado porque use la lengua como me de la gana en el sentido literario del término), y que hoy día, lo que se llama literatura "seria" no es territorio privativo de académicos ni poetas laureados o encebollados o premiados por sus propios colegas ni de sesudos pensadores que acaban en la lista de best-sellers del periódico. Personalmente, me gusta tanto Stephen King como Schopenhauer, cada uno tiene su momento, su circunstancia. En cambio, no soporto la prosa adolescente de Stephenie Meyer ni el torrente de novelas históricas que inundan los escaparates del Corte Inglés o de la más modesta librería del pueblo donde vivo. Pero estoy totalmente a favor de que la gente lea estos libros, de que se evada un poco de la realidad que constriñe con peso plomizo a todo hijo de vecino, de que sueñe y piense y escriba lo que quiera; nada tan saludablemente democrático en esta España donde la palabra democracia es la alfombra por excelencia bajo la cual se ocultan la mierda, los cadáveres y otras cosas innombrables, una palabra emputecida hasta el delirio, como una de esas famosuelas de quinta división que salen por la tele a contarnos de quién es la corrida que les manchó el vestido en los servicios del Joy Eslava -otra forma de convertirse en best-seller, mediático y no literario-.

"Tal vez tengas algo de razón.", admite Manolo, que le está echando de comer a los melancólicos patos del estanque. Y nos vamos a la tasca más cercana a brindar por Miguel de Cervantes con una copita de Valdepeñas. Y por Stephen King.

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