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martes, 27 de abril de 2010

DESINSPIRACIÓN

Un hombre puede llegar a sentir gran afición
por la mierda si su subsistencia depende de ella,
si su felicidad está comprometida.

-HENRY MILLER-




No hay de qué preocuparse
La noche es un río de estrellas que se descojonan
mientras los árboles murmuran tañidos
por un viento descerebrado
y la buena gente se engancha al televisor
para ver programas que sonrojarían a nuestros
antepasados, que harían agachar la cabeza
al propio Zeus, que harían suicidarse
a Esquilo, a Sófocles,
a Catulo, tal vez
al propio Cervantes
si no hubiera escrito ya
lo que Dostoievskii llamó
la más triste de todas las historias. No tenemos remedio.
Somos los extraños esclavos de una religión laica
que ni las piedras comprenden. El inconformismo
daña su salud
y la de los que están a su alrededor, es
el slogan que les falta por colgar en las paredes
a la manada de hijos de puta
que tienen la sartén por
el mango. Qué buen sofrito
están haciendo los muy cabrones
con nuestros cerebros.

Poetas que son putas baratas
que además ni cobran, no al menos
lo que la perfecta ama de casa
que se pule la Visa del marido
comprándole ropa a su amante
y luego le pone velas
a la Virgen del Banco de Santander, poetas
como gorriones, como mirlos,
como abubillas de los premios literarios,
comemierdas, lameculos
vendidos por cuatro cuartos
que al final resultan ser
cuartos de pensión, cantores
de las excelencias de la Semana Santa,
del ojo del culo
del presidente de Planeta,
del paisaje de Rabanillos del Monte. Novelistas
de la nada,
paniaguados, cretinos, vacíos
de cualquier mínima luz
de inteligencia, de creatividad,
de espíritu vitriólico, algunos
con bastón y desatadas
perdidas
cada vez que salen por televisión. Músicos
que se repiten a sí mismos
cada vez que abren
la puta boca, comprometidos, solidarios,
engagés, su
padre a caballo
con cortijito y Mercedes
o fundación a favor de los espárragos
de Torredoncapullo de la Dehesa.
Y el personal
echando el hígado por un equipo de fútbol
los fines de semana, y las putas
en las esquinas
con más clase
que cualquier duquesa mediática
e historias de verdad que contar, historias
sangrantes, viscerales,
de navajazo en el Metro,
y mendigos que podrían ser Sócrates
y se ahogan en vino
por no tirarse al río más cercano.
Ya nadie se acuerda de Orson Welles.
De Beethoven. De Yeats.
De Tolstoi. De Goya.
Lo suyo es ahora el teléfono móvil
de última generación, el portátil
de última generación, las tetas
siliconadas de última
generación, ah,
y por supuesto el Premio Planeta.

En fin, nada de lo que preocuparse.
La noche plateada se refleja en las fuentes
y las farolas iluminan tenuemente
los empedrados de las callejas
del corazón. Estamos a salvo
en la niebla, fumando,
junto al fuego de ciertas chimeneas,
en las tabernas recónditas del recuerdo.
La juventud ha pasado
pero seguimos vivos, y de vez
en cuando
incluso arrojamos televisores
por la ventana
y nos descojonamos
de
la
risa.

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