TALBOT STREET
A qué puerto he venido a dar con mis huesos;
esta niebla solemne como un sacerdote
levantando un copón de plata repujada
en calles de tranvías y rostros esquinados,
con la llovizna lenta como el violín tañido
por el músico de boina de negra de la esquina,
insistente, insistente como el viento
y las sirenas distantes de los ferries.
Dublín. Estoy solo como una jarra de stout
sobre la barra del pub
en honor del amigo ausente
al que se dio sepultura hace dos días.
Frente al Café Kylemore
la estatua de James Joyce, criando moho
como sus obras en las bibliotecas.
Dicen que aquí el verano es corto
como las entendederas de un campesino
del condado de Kerry.
Pero qué sabrán ellos.
Voy a tocar la guitarra en esa esquina
mientras las multitudes se apresuran,
sin esperar piedad.
Y ojalá que el sol brille en mis monedas.
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