A Leonard Cohen
A qué huelen las rosas del reencuentro
si vienen de las manos ávidas del olvido,
a qué la primavera que se arrastra
sobre el cadáver mudo
de una mujer que fue la primavera
celando el sol con nubes de cemento.
A qué vienen oscuras golondrinas
en mis ruinas nidos a posar
si ya no queda calle a que asomarse,
alzadas contra el cielo
espadañas quemadas por el rayo.
Qué Córdoba lejana o Granada llorosa
vienen a empenacharme los geranios,
si está cerrado el libro del anhelo
como anónimo nicho
a la sombra de anónimos cipreses.
No queda nada ya, excepto oraciones
musitadas con voz muy temblorosa
en capillas de velas titilantes,
entre el incienso triste de las beatas
y la luz fatigada en las vidrieras
de la iglesia mohosa
mientras notas de órgano resuenan
en la bóveda rota del insomnio.
Llueve en el cementerio
como en mi corazón de niebla invicta
poblado de hojas secas.
Lágrimas de metralla,
piedad de blancas manos,
la mañana de marzo densa de ecos,
la nieve: ese sudario
que hemos de compartir sin apellidos
cuando tañan a muerto las campanas.
Rasga un violín la densidad inerte
de la calle afanosa. Dos monedas
a cambio de un Corelli
que derrita la escarcha de mi alma.
Dos monedas por Mozart luminoso.
Dos monedas por Bach y su ternura.
Dos monedas sobre mis ojos ciegos
a la alegría errante e insumisa
de Perséfone huida del Averno.
Tiempo de ciclos con sus contradicciones a cuesta. O ese mordisco que esperas que no acabe contigo, sino que te resucite.
ResponderEliminarDonde hay un buen poema, hay un buen poeta.
Gracias.