Me llega la chorra hasta el techo Esos
ojos azules felinos atrapadores Esa
cascada rubia interminable
como una noche de champagne por
Madrid, esas piernas
inacabables como la Odisea
de Homero, seda y lluvia, dan
ganas de llorar contra su vientre
lágrimas enredadas en su pubis, flor
perfecta de lo imposible, bragas húmedas
como los árboles de Phoenix Park
cuando sopla el viento canalla
del Atlántico, pies que besar, la perfección
floral de sus labios Uno se imagina
su perfume, se la imagina abierta de piernas, el coño
invitador, persuasivo como la locura
de la luna, se imagina músicas
como la de su voz, la ve lamiendo
lentamente
con fruición un helado de chocolate
que se derrite, se la imagina
gimiendo
al besarle
la flor de la demencia que late
entre sus piernas, los pechos
perfectos como
el cielo contra el perfil
nevado de las montañas, su culo
frutal, definitivo, irrebatible,
se la imagina llena de semen, chorreando,
los ojos muy abiertos, enturbiados por el
deseo como las aguas
de la bahía
de Galway La mano de Dios
es caprichosa Esta mujer perfecta
como un verso de Shakespeare
sus manos untadas en aceite
acariciando una verga
a punto de estallar
como el resto de este podrido mundo
que no merece semejante
canto a la belleza Piernas interminables
como el lúbrico tedio
de verla por televisión en revistas en fotos
en carteles publicitarios
entre el tráfago callejero
y nosotros, pobres poetas,
pobres poetas,
maestros de ceremonias
de una anónima celebración
onanista
Bueno, tan sólo tienes que comprarle un castillo en Escocia -o se dice, escocía- para que te permita yacer con ella hasta que te escueza el cimbel. Fácil.
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